Por Pedro Salas.
Nuestras Islas del Atlántico Sur, particularmente las Islas Malvinas, han sido “causa nacional histórica” por antonomasia. El repudio al colonialismo inglés, los reclamos por la soberanía nacional, la esperanza de su reincorporación definitiva al territorio nacional, es un mandato irrenunciable que se ha transmitido de generación en generación casi ciento noventa años, desde los actos de usurpación británicos. Causa nacional que estuvo siempre por encima de nuestras habituales rencillas y desencuentros nacionales, muchas veces profundos y no pocas veces sangrientos.
Solamente un profundo arraigo de nuestra convicción acerca de los legítimos derechos sobre las Islas Malvinas, con fundamento en los antecedentes históricos, geográficos y jurídicos, explican cómo a solo tres días de llenarse la Plaza de Mayo en un reclamo popular por “paz, pan y trabajo” y de sufrir una violenta represión en Buenos Aires y otras ciudades del país, aquel 2 de abril de 1982 volvieron a llenarse las plazas de todas las ciudades y pueblos de nuestro país, con la sorpresa por los acontecimientos y la euforia dictada por los sentimientos y el corazón, fuera de todo análisis y especulación racional.
A partir de ese 2 de abril “la causa Malvinas” se convierte en la GESTA DE MALVINAS, una epopeya de 74 días a la que nos empujo la irracional e improvisada decisión de los altos mandos militares que detentaban ilegítimamente el Gobierno Nacional; GESTA de la que finalmente nos sentimos orgullosos por el coraje, el patriotismo y el sacrificio personal de los diez mil efectivos, soldados, suboficiales y oficiales de las tres armas que combatieron en total inferioridad de condiciones, contra un enemigo que los superaba en casi todos los aspectos tácticos y estratégicos, logísticos y tecnológicos.
Sin embargo, un aspecto fue inmensamente superior en las tropas argentinas y quizás eso fue también la fuerza vital que les permitió soportar todas las adversidades hasta la rendición final, y aún después, el retorno en la derrota: LA CERTEZA DE ESTAR CUMPLIENDO UN DEBER CON LA PATRIA, LA CONVICCIÓN DE ESTAR CUMPLIENDO AQUEL MANDATO HISTÓRICO que recibimos desde niños y que acuñaron nuestros padres y nuestros abuelos: LAS ISLAS MALVINAS SON ARGENTINAS.
Seiscientos cincuenta combatientes no volvieron; dejaron sus cuerpos, su sangre, su juventud en las turbas de Malvinas o en las frías aguas del Atlántico Sur, como nuestros comprovincianos Jorge Delfino PARDOU, Alberto AMESGARAY, Daniel Enrique LAGOS y Hugo Ramón GATICA.
Otros, no más afortunados, regresaron con profundas heridas físicas y espirituales y nunca se recuperaron: más de trescientos suicidios dan cuenta de las heridas que nunca cicatrizaron. Tal vez, ello haya sido porque al regreso advirtieron que el acompañamiento durante el conflicto bélico y el reconocimiento a posteriori no estuvieron a la altura de la ofrenda personal que habían hecho a la Patria.
He leído algunas memorias de Veteranos de Guerra y no quiero dejar pasar una dura referencia a la víspera de la rendición de nuestras tropas. Dice amargamente en sus escritos: “Con las primeras luces del domingo 13 (de junio), ya el enemigo estaba en dominio de las colinas próximas a Puerto Argentino y centralizó toda su acción de artillería sobre un sector defendido por el Batallón de Infantería de Marina 5 y por el Regimiento de Infantería 7. Ese combate fue de los más intensos, duró todo el día 13 y la noche del 13 al 14. ... Todo esto ocurrió en la misma noche que oímos el parte de las radios de Buenos Aires, que se lamentaban amargamente de que nuestra Selección Nacional de Futbol, participando en el Mundial de España, hubiera perdido 1 a 0 el partido con Bélgica...”.
Hoy, a 38 años de aquella gesta tenemos el privilegio de ser contemporáneos, de vivir, caminar la ciudad y cruzarnos a diario con NUESTROS HÉROES de carne y hueso, éstos que tienen el legítimo orgullo del deber cumplido.
A ellos y a los que ya están en el bronce, nuestro permanente reconocimiento.
(P.J.S.)
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