Aumenta cada vez más rápido el número de contagiados por el coronavirus, que suman más de 2.500 personas.
En tres días se duplicó el número de muertos que ahora llega a 79. De allí, que el gobierno decidiera un plan para cerrar las escuelas y las universidades de todo el país, incluido en el centro y el sur donde en una docena de regiones los contagiados son pocos y no hay muertos que lamentar.
El único consuelo es que aumentaron a 146 los que han vencido su batalla personal contra la peste que viene de China, pero que ahora es un virus mutante que adquirió un rostro italiano.
El temor de que el pico no esté llegando al máximo y la infección siga difundiéndose está ganando a todos y por eso se ha pasado de reiterar los llamados a la calma a los anuncios y los llamados dramáticos.
La promesa de que “la semana próxima reabrirán las escuelas, los lugares públicos y la actividad laboral”, como se decía hasta este fin de semana quedó rota.
Ahora se escuchan apelaciones concretas. “Los mayores de 65 años deben quedarse en sus casas para evitar contagios”. La gran mayoría de los muertos, que muy pronto llegarán a un centenar, son ancianos mayores de 75 años que padecen otros achaques y enfermedades y cuerpos gastados por la avanzada edad. El aislamiento colectivo sigue siendo el único, patético, remedio eficaz para detener la epidemia.
El director de la Protección Civil, Angelo Borrelli es quien todos los días lee nerviosamente la lista de contagiados, y muertos, los infectados enviados a sus casas en cuarentena porque son asintomáticos, los que son internados en los hospitales, en particular en la terapia intensiva, Todo el país lo sigue por televisión a las 18 hora local (cuatro horas menos en Argentina). Borrelli parece el portavoz de una guerra.